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Diplomacia Internacional y Educación Superior

Juan Carlos Hernandez Buadez. Educacion Superior y Diplomacia Internacional

Juan Carlos Hernández Buades es Académico de Honor de la Academia de la Diplomacia del Reino de España, abogado, economista y profesor doctor en Administración y Dirección de Empresas. En el ámbito internacional, es Presidente del grupo de calidad y Consejero de la Asociación Europea de Instituciones de Educación Superior (EURASHE-Bruselas), entidad miembro del Bolonia Follow up Group; del Committee for Educational Policy Practice del Consejo de Europa; del Consejo de la European Quality Assurance Register; del Grupo E4 y de la European Commission Expert Group on VET. En la actualidad es CEO de la Fundación San Pablo CEU Andalucía y Director General de sus centros educativos. 

Él es el autor del siguiente artículo recogido en el número 134 de la revista Diplomacia Siglo XXI

Diplomacia Internacional y Educación Superior

Es indudable que la Educación Superior está ocupando un papel de creciente relevancia en el ámbito de las relaciones internacionales como factor de moderación, de cooperación y de entendimiento entre las naciones, y con ello en el campo de la diplomacia internacional.

La homogeneización y normalización de la oferta universitaria a nivel transnacional, la globalización de la actividad docente e investigadora de las universidades, o la internacionalización de la movilidad estudiantil, son sólo algunos de los múltiples factores que han llevado a que, tanto los gobiernos nacionales, como los diversos grupos de interés sectorial, hayan propiciado la generación de espacios comunes de discusión y toma de decisiones, que bien podrían ser tomados como modelo por otros ámbitos de la diplomacia.

Si bien el contexto de las relaciones internacionales en materia de política universitaria se ha circunscrito históricamente al campo de la denominada diplomacia cultural, es claro que la dimensión plurinacional alcanzada por el sector de la Educación Superior, su relevancia práctica en la cooperación entre los gobiernos nacionales y comunitarios, y sus consecuencias sociales y políticas de todo orden, han trascendido al hecho de lo meramente cultural, para apuntar hacia otras cotas más amplias y diversas.

Es por ello por lo que, hoy en día, podemos considerar a la política universitaria como un elemento clave de la diplomacia internacional de gran contribución a la cooperación y al desarrollo de las sociedades y las economías, y de un factor de progreso y de transferencia del conocimiento en el campo de la innovación y del desarrollo tecnológico y sostenible. Este creciente protagonismo de la Educación Superior en el terreno internacional, la ha conformado como un verdadero poder, tanto de orden político como económico, a disposición de los países. Un instrumento que les permite ganar influencia en defensa de sus intereses nacionales mediante el atractivo de su oferta universitaria y de su potencial en el campo del desarrollo, la investigación y la innovación. De ahí, valga de ejemplo, la relevancia que para los países tiene el posicionamiento de sus universidades en los rankings internacionales, como un elemento clave de la marca y del prestigio del propio país en el exterior, capaz de atraer talento, progreso e innovación. Con todo, más allá de los propios intereses nacionales, este proceso de internacionalización de la Educación Superior responde también a la necesidad de propiciar entornos estables de colaboración entre grupos de países que forman parte de un mismo espacio, caso de la Unión Europea, o del más amplio Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), al que dedicaré mis siguientes reflexiones. Sin duda, uno de los pilares de la construcción de Europa ha sido, y sigue siendo, la consolidación de un espacio marco de educación capaz de armonizar, a nivel europeo, los distintos modelos y las legislaciones vigentes en su seno. Una armonización no exenta de complejidad, considerando la diversidad de sistemas educativos existentes aún en la actualidad. Esta diversidad es especialmente patente si atendemos a la variedad de modalidades y tipologías de instituciones de Educación Superior existentes en los cuarenta y ocho países que hoy componen el EEES.

Juan Carlos Hernandez Buades. Diplomacia Internacional

Junto a las universidades, más o menos equiparables entre sí, existe una amplia gama de instituciones educativas de más compleja asimilación. Tal es el caso, entre otros, de los politécnicos, los institutos de tecnología, las universidades de ciencias aplicadas, los centros de educación continua o los centros de estudios vocacionales o profesionales. Tampoco juega a favor de la pretendida homogeneización la diversidad de legislaciones educativas existentes en los diversos países europeos. A pesar de los compromisos adquiridos en pro de alcanzar unos estándares europeos en materia universitaria, a la hora de elevarlos a rango normativo en los parlamentos nacionales o regionales, la regulación finalmente aplicable no es en muchos casos uniforme. A ello debemos sumar las distintas velocidades en las que se implementan dichas políticas educativas.

Frente a países que sirven de locomotora en la implementación de los estándares europeos de calidad, empleabilidad, cooperación universidad-empresa, desarrollo, investigación e innovación educativa, hay otros cuyo menor ritmo ralentiza y dificulta dicho proceso de integración. Con todo, también es cierto que hay campos en donde la armonización sí se ha hecho más patente y efectiva. Es el caso del European Qualification Framework (EQF), gracias al cual los sistemas educativos europeos, aun manteniendo especificidades propias, gozan en la actualidad de un marco referencial de equivalencias que permiten conocer y reconocer el nivel alcanzado por los alumnos en sus distintos países. Lo mismo cabría decir de la implantación del sistema de créditos ECTS, estándar adaptado para garantizar la convergencia de los diferentes sistemas educativos en lo relativo a la acreditación del trabajo realizado por el estudiante, o del Diploma Supplement, documento vinculado a un título oficial de enseñanza superior que sirve para identificar los conocimientos y las capacidades del titular ante los empleadores y las instituciones de un país distinto al que lo expide.

Todo ello ha propiciado en lo esencial una armonización dentro del EEES, soportada por los valores comunes que deberían ser asumidos por todos y cada uno de los integrantes de dicho espacio, con margen para el respeto a la diversidad en todo aquello que represente un factor de enriquecimiento para el conjunto del sistema. Para alcanzar dichos logros, en un contexto en el que el interés por la cooperación coexiste con los diferentes intereses nacionales y sectoriales, ha sido esencial que el sistema haya contemplado desde su inicio escenarios de consenso en los procesos de toma de decisiones.

De ahí que dicho sistema promueva en todo momento, tanto a nivel orgánico como procedimental, una política de consenso entre los principales actores con voz en el sector educativo: universidades, agencias y estudiantes. Para canalizar las propuestas de dichos grupos de interés existe el denominado grupo E4, compuesto por las instituciones que representan a las universidades (EUA y EURASHE), agencias de calidad (ENQA) y estudiantes (ESU) en marco del EEES. Con la finalidad de propiciar la búsqueda de amplios consensos entre dichos agentes, el grupo E4 conforma el núcleo de los Consejos de Gobierno de las diversas organizaciones con capacidad de influir en el sector de la Educación Superior en Europa. Tal es el caso del Bolonia Follow-up Group (BFUG), el European Quality Assurance Register (EQAR) o el European Quality Assurance Forum (EQAF), la cual tuve el honor de presidir durante varios mandatos. Fruto de las orientaciones de la Comisión Europea y de los trabajos del E4, a través de los diversos organismos de los que forma parte, surgen los estándares que marcarán el rumbo de la Educación Superior en Europa en cuestiones tan relevantes como la calidad, la empleabilidad, la innovación, la investigación o la cooperación universidad-empresa.

Todo este esfuerzo ha culminado con el diseño de un modelo educativo común europeo que trasciende de nuestras fronteras comunitarias. De este modo, entre los cuarenta y ocho países que hoy conforman el EEES se encuentran los países miembros de la UE y un grupo importante de países del Este, incluida Rusia. Asimismo, dicho espacio de Educación Superior extiende su ámbito de influencia hacia otras zonas geográficas, como la formada por América Latina y el Caribe (proyecto Alfa Tuning), conformándose como un agente fundamental dentro de la geopolítica y la diplomacia internacionales.

Con todo, es preciso recordar que las competencias comunitarias en materia educativa son limitadas. Desde la constitución de la Comunidad Económica Europea en el Tratado de Roma (1957) hasta nuestros días, la normativa europea es subsidiaria en materia de educación, interviniendo sólo para completar y orientar las acciones de los Estados. Su misión en este campo se limita a desarrollar estándares a nivel europeo y promover la cooperación entre los países para el desarrollo de políticas educativas comunes.

Es por ello por lo que, a efectos prácticos, para que la aplicación de los estándares comunitarios se haga efectiva, éstos deben ser asumidos y ratificados por los ministros de Educación de cada país para su desarrollo normativo y posterior aprobación y aplicación en cada Estado. A tal fin, las Conferencias de Ministros de Educación que se han venido desarrollando desde la Declaración de Bolonia de 1999, han servido para armonizar las diferentes legislaciones estatales en este campo. En sus conclusiones finales, oídas las recomendaciones del sector (grupo E4) en cada materia, los ministros asistentes firman un Communiqué en el que se comprometen a implementar en sus respectivos países las medidas acordadas. Tras las Conferencias de Praga (2001), Berlín (2003), Bergen (2005), Londres (2007), Leuven (2009), Budapest-Viena (2010), Bucarest (2012) y Yerevan (2015), en mayo de 2018 se celebró en la Conferencia de Ministros de Educación del EEES de París, en la que tuve la oportunidad de participar como parte de la delegación del E4. En dicha Conferencia de París, que coincidió con la conmemoración del 20º aniversario de la Declaración de la Sorbona de 1998 y del 30º cumpleaños de la Carta Magna de las Universidades Europeas de 1988, los países integrantes del EEES consensuaron y ratificaron las líneas orientadoras de la Educación Superior en Europa actualmente vigentes, en aras a reforzar la cooperación en el campo universitario y mejorar la implementación de los valores fundamentales democráticos en un marco de paz y libertad. En el momento de escribir estas líneas, acabamos de celebrar la Conferencia Ministerial de Roma 2020, la primera desarrollada en formato telemático, con motivo de la actual pandemia, y en la que se ha profundizado en el cumplimiento de los objetivos estratégicos marcados en París en un mundo post-COVID basado en la innovación, en la cooperación universidad y empresa, motor de la empleabilidad, y en la promoción del talento en un contexto de vuelta a la movilidad global de las personas.

Por todo lo expuesto, es incuestionable que la cooperación internacional en el ámbito de la Educación Superior es hoy un elemento esencial indisociable de la diplomacia internacional. Un factor clave de las relaciones internacionales que se ha venido consolidando de forma paralela a la evolución de la propia diplomacia, inicialmente orientada hacia la acción exterior del Estado, y que cada vez con más fuerza se está viendo enriquecida con las aportaciones de otros agentes no gubernamentales vinculados a la sociedad civil, caso de las universidades.

Con ello podemos concluir que, en el marco de la actual diplomacia, la Educación Superior, con sus enormes repercusiones políticas, sociales y económicas derivadas de la movilidad de las personas (estudiantes y docentes), de la transmisión transfronteriza de los conocimientos y de la alta política educativa orientada a la búsqueda de espacios de cooperación entre los países, juega un rol fundamental en pro del afianzamiento de una diplomacia del conocimiento, orientada hacia la mejora de las relaciones internacionales a través del intercambio del saber científico y de un decidido compromiso por la amistad y el progreso de las naciones.