Irene Nadal, pedagoga especialista en Orientación Educativa, Atención Temprano y Trastorno de Espectro Autista, recuerda la importancia de la intervención terapéutica en familia y no solo centrada en el niño/a. De esta manera, empoderamos las familias y fomentamos el aprendizaje a través de la cotidianeidad.

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Cada vez hay un mayor consenso en que el enfoque de la intervención terapéutica sea sobre la familia del niño/a al que va destinada, en contraposición de una intervención “opaca” centrada únicamente en el sujeto (el enfoque clínico). Los argumentos que sustentan este enfoque están bien fundamentados y claramente las personas que trabajamos en base a ellos obtenemos mayores avances en la terapia, avances que en ocasiones no son estrictamente cuantitativos y únicamente centrados en el niño/a.

Recordemos que la intervención centrada en la familia pretende empoderar a las familias, de manera que sean capaces de tomar decisiones en base a su hijo/a y así, que les lleve al desarrollo de un plan individualizado en función de sus necesidades particulares y prioritarias dependiendo de su estilo de vida y sus rutinas y no en relación a estándares del desarrollo de manera unitaria.

Desde este enfoque, el terapeuta es un colaborador, entendiendo que principalmente en niños pequeños, el aprendizaje se fomenta a través de la cotidianeidad, tanto por el contexto como por los agentes, en este caso, los cuidadores principales; por tanto, el contexto natural es donde se proporciona mayores oportunidades de aprendizaje y, por ende, se trata de generar en colaboración con la familia lo que se denomina como “Entorno competente” para facilitar el desarrollo del niño/a. Se trata de apoyar a las familias en estructurar estrategias e implementarlas.

Así, el terapeuta facilitador enseña y orienta a los cuidadores principales, en plural, a ser competentes y poder responder a sus necesidades particulares.

Este modelo logra otro avance relevante y no tan cuantitativo que dista de los enfoques terapéuticos más clásicos, como es el conocer la situación familiar y desgranar las relaciones que establece con su entorno, los recursos de los que dispone, los apoyos, las influencias… de manera que permite la reflexión, la búsqueda organizada de estrategias y la ampliación de destrezas, lo cual repercute en ese empoderamiento.

Por tanto, el objetivo principal de este modelo de intervención es conseguir aprendizajes funcionales que mejoren no sólo la calidad de la vida del niño/a, sino la calidad de vida de la familia en su conjunto.

Pero, ¿qué peligros puede tener este modelo?

El primero en el que debemos incidir reside en pretender que la familia no asuma un rol colaborador, sino de terapeutas, siendo ellos mismos quienes implementen los programas educativos de sus hijos. Por tanto, debemos hacer hincapié en la necesidad de contar durante todo el proceso con asesoramiento y orientación de profesionales.

Por otro lado, podemos encontrar la situación de que se organiza la terapia para que aparezca en todo momento del niño/a, produciendo ansiedad, saturación y fatiga tanto del niño/a como de la familia. Por tanto, es de vital importancia planificar la terapia sin privar de ocio y tiempo libre, tan necesario, a sus hijos.

Y no menos importante, es preciso contar con el acuerdo previo de los cuidadores principales (no solo uno de ellos) hacia el modelo, donde deben valorar el compromiso, los posibles inconvenientes y el ajuste del modelo con el momento emocional de la familia.

Sin perder de vista estos peligros que harían fracasar la intervención terapéutica, sigue siendo necesario la reflexión sobre este enfoque, de manera que logremos familiarizarnos con él e integrarlo como base de nuestra intervención diaria en nuestra práctica profesional.

Sobre la autora:
Irene Nadal, pedagoga especialista en Orientación Educativa, Atención Temprana y Trastornos de Espectro Autista. Formadora. Co-fundadora de Sumando, asociación de formación e investigación en el neurodesarrollo y ciclo vital de la persona.