La formación como transformación – Fran González Lozano
Fran González, director de Recursos Humanos de Provincia canónica de España-Sur de las Hijas de la Caridad de San Vicente De Paúl y colaborador de Educando Seguro, nos propone la formación como acción transformadora de la persona, del educando. Y ésta debe ser la finalidad de la escuela, una formación integral que configure la propia identidad de la persona y el sentida de su vida.
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Decía el poeta filósofo Rabindranath Tagore que “no se puede atravesar el mar simplemente mirando el agua”. Todo objetivo requiere la acción. Los objetivos educativos son el elemento de la programación que define los logros a alcanzar en un proceso educativo. Tienen que estar bien descritos para que sean eficaces: deben de ser concretos, medibles, adaptados, realistas y necesitan tiempo.
Como cualquier proceso, la educación requiere paciencia y constancia. La paciencia es una actitud interior anclada en la esperanza. Por su parte, la constancia se ancla en el esfuerzo, en la dedicación y la responsabilidad. La paciencia se trabaja hacia dentro, es decir, construye interioridad en la persona que la ejercita; la paciencia hace más fuerte y tolerante. Sin embargo, la constancia da frutos externos; la constancia genera resultados que se ven; tarde o temprano, la constancia, visibiliza la consecución del objetivo propuesto.
En la educación formal hablamos de objetivos como punto de partida para adquisición de habilidades y conocimientos, así como para el desarrollo de aptitudes y actitudes, por tanto, de competencias. A la vez que punto de partida, los objetivos, son también meta.
Pero sabemos que la educación va más allá de la escuela. La familia, la sociedad, los medios de comunicación, el grupo de iguales, todo educa, es decir, también forman a la persona. Las variables intervinientes en el proceso educativo son tantas y, a veces, tan dispares que, en ocasiones, son difíciles de controlar.
No obstante, desde mi punto de vista, lo más importante en todo proceso que se emprende debe ser la finalidad. El fin que pretende cada intervención es aquello que la convierte en educativa o no. La finalidad nos une a la familia y a la escuela. La finalidad da sentido a todo lo que realizamos y vivimos.
Preguntarse el para qué de lo que hacemos, o bien, de lo que nos ha pasado, se hace imprescindible para dar sentido. Y el sentido te conforma. Lo que no tiene sentido te desorienta, e incluso, se hace intolerable. Me gusta decir que tener clara la meta hace irrelevantes los baches del camino. Pues bien, el fin de todo proceso formativo ha de buscar el cambio de puntos de vista, de hábitos, de actitudes procedentes de los valores que se piensan y se asumen.
Un valor asumido da sentido, provoca cambios en la manera de ser, de sentir y de pensar. La formación que promueve el espíritu crítico constructivo, ayuda a dar sentido, la formación de ideas propias, la autoestima y el autoconocimiento es una formación transformadora. Cuando decimos que la finalidad de la escuela es la formación integral, nos referimos al desarrollo de todas las dimensiones que configuran la persona: desde lo racional y lo emocional, desde lo ético a lo estético, desde lo individual y lo social, desde lo inmanente a lo trascendente; todo y a la vez, de manera armónica y equilibrada; eso es una formación integral auténtica.
La educación integral ha de promover la transformación interior, para ir configurando la propia identidad y el sentido de la vida. Desde lo que cada uno es como identidad, ejerce la conducta y desarrolla sus acciones. Lo que cada uno hace y dice es fruto de lo que cada uno es.
La educación va más allá de la escuela. La familia, la sociedad, los medios de comunicación, el grupo de iguales, todo educa, es decir, también forman a la persona
Simultáneamente, lo que cada uno hace y dice, tanto en lo personal, en lo profesional y en lo social, va configurando al ser humano. Ese recorrido de dos direcciones, desde lo que se piensa hacia lo que se hace y al revés, otorga sentido a lo que cada uno es y quiere ser.
La persona rectamente formada proyecta sentido a lo que hace y se propone hacer. La finalidad compartida de la escuela y la familia debe ser formar a la persona para que ella misma se transforme en ser cada vez más humano y humanizador. La persona que se forma para transformar su entorno ha captado la esencia de la verdadera humanidad: dejar el mundo mejor que lo encontraste y darle sentido para encontrarse bien.
Y cada uno, debe asumir su propio objetivo personal de formarse para transformarse. Nunca terminamos de aprender, como dice el psicólogo de la educación Allport, “la persona es el único ser destinado a vivir en continuo y nunca acabado esfuerzo de maduración siempre mayor”.
Siempre hay margen de mejora en ti, en lo que haces y cómo lo haces; sólo hay que proponerse el objetivo adecuado que le dé sentido.